El destino de todo texto

El destino de todo texto
Aldous Huxley "Si uno es diferente, está condenado a la soledad"

jueves, 4 de diciembre de 2014

Dime cómo orinas y te diré quién eres

Las feministas llevan tiempo dando un curioso giro hacia un dogmatismo consistente en imaginarse a la gente como salida de un comercial de lavadoras de los años 50: su personaje favorito, el hombre -como si fuéramos uno solo los cantantes de vallenato, los vendedores en el calle, los profesores de yoga, los malabaristas y los conductores de bus- este extraño y odiado estereotipo, el hombre ahora hizo una más de las suyas; otra micción en la cama, que sólo para eso sirven nuestros órganos vestigiales. En la pasada edición de Arcadia Carolina Sanín publicó en su columna un grito indignado como respuesta a SOHO que acaba de sacar una aplicación para reportar avistamientos de ‘viejas’ buenas. Según Sanín, los hombres les tememos a las mujeres hermosas por un problema gonádico:
«…la mujer deseable es un adversario: es la detentadora y potencial negadora no solo de la satisfacción, sino de la virilidad; es virtualmente, una castradora»
Freud elaboró el complejo de castración con base en una crítica a los valores hasídicos, no a la mujer deseable. El psicoanálisis que aducen las feministas, que duele de obsoleto -los primeros escritos de Freud sobre la homosexualidad datan de 1914-, lleno de teorías que ni siquiera en la vieja escuela de Viena se aceptaban como el factum, ahora son la verdad fresca y revelada. Qué le hacemos…a las feministas no les gusta la nueva neurología, es falocéntrica – léanse los escritos de la feminista Ruth Bleier contra la investigación cerebral adelantada por hombres.

Pero no solo estoy asustado…a ver si he comprendido bien: yo estoy acá sentado en mi casa, con mi hija, acabo de hablar con mi amiga más cercana en toda confianza, ¿y resulta que estoy orinado del susto del matriarcado sin saberlo? Siempre me ha parecido que aplicar terapias contra la voluntad del otro implica no solo cometer varias falacias, entre ellas la ad hominen (ojo, contra el hombre acá adquiere todo un nuevo significado)…sino que es simplemente tan rudo e innecesario como un electroshock: ¿por qué no criticamos a las feministas diciendo que en realidad lo que les falta es una dosis de aquello con lo que nos orinamos en la cama…pero ellas no lo saben? El que sabe argumentar comprenderá que el razonamiento es efectista, pero no lleva muy lejos dado su contenido falaz. George Orwell ya apuntaba en 1984 que el sello distintivo del los nuevos dogmas con los cuales conviviríamos es que uno puede odiar, temer o delinquir sin saberlo; pasa en los regímenes de facto más barbáricos –ningún lugar más barbárico que este, Colombia, según Sanín-, pasa en los procesos de adoctrinamiento más radical de la religión. Los primeros dominicos en llegar a este altiplano, poco se recuerda, tradujeron la lengua muisca para preguntarle los indígenas entre otras cosas si habían tenido efluvios durante los sueños -algo que es más o menos similar a la micción nocturna- porque eso era pecado.
Me pregunto qué sentirán las feministas cuándo a estas columnas nadie las critica; ¿supondrán que es porque todos estamos de acuerdo? La indignación, ese sello que el postmoderno debe ostentar para que le crean que aún lleva por dentro un ser moralmente sensible, ya no tiene el peso que tenía. Las feministas deben emular entonces el paso mismo de la pornografía que critican (Soho es una revista pornográfica según Sanín); entre más explícita esta, más indignadas se mostrarán. A nadie le importa, no porque el morbo o la indignación tengan una cota superior, sino porque la explicitud y el lugar común agotan. Este sentimiento de estar impulsando una causa común, de que el que hable contra uno no es un crítico sino un bárbaro, de que alguien tenía que quejarse…todos estos expedientes tienen el espantoso olor de un nuevo catecismo comunista.
Pero debo decir que no es la indignación lo que socava el argumento de Sanín, sino el cliché que lo acompaña, ese sentido de urgencia moral, el conservadurismo de querer poner todo en orden y la ilusión de creer que es posible, la incapacidad para la elipsis, el extremo cínico y absoluto nacido de una sandez:
«Aquí se habla exclusivamente de niñas o de viejas, con lo cual no solo se desconoce la independencia y el poder de las mujeres, sino incluso su deseabilidad»
“Vieja buena” es tan lateral y oblicuo como cualquier juego tonto de la publicidad: cuando Revlon preguntó “¿alguien reportó un fuego?” no por ello había que venir con extintores. “Soho, una revista prohibida para mujeres” no era una estrategia de mercadeo encaminada a venderle un producto sólo a la mitad de los potenciales lectores. Era una incitación, pobre, pero pobremente efectiva porque estadísticamente las mujeres son un segmento enorme de sus lectores. Vemos la incorrección política cuando reparamos que sonaría muy mal que Soho se hubiera anunciado como una revista prohibida para homosexuales, o indios dice Sanín. Pero las mujeres no son minoría; de hecho son más que los hombres sobre este orbe. Curiosos tiempos estos en los que todo el mundo pareciera querer desempolvar las vertientes de una marginalidad minoritaria inexistente. Y si algo hacía el slogan era reconocer el poder de la mujer en muchos niveles. Allí no hablamos de viejas ni de niñas, sino de mujeres, algo que Sanín no vio. Pero las feministas tienen esta sospecha de que todo saldrá mal, un insufrible legado de la izquierda: por ahí comienzan, por las palabras, y luego viene la quema de mujeres que viven solas y que ejercen su sexualidad con dominio propio. Pretender que esa persecución está tan viva hoy como en el siglo XIV solo ha logrado que las feministas se duelan más por las palabras que por los hechos, otro rasgo de los dogmatismos. Todos hemos visto cómo la Iglesia Católica revuela en indignación cuando alguien habla contra los pederastas o dice “sí” al aborto, pero nunca hemos visto al Padre Chucho hacer una marcha contra las masacres. Como tantas cosas en nuestra confundida patria, la relación de dicción parece ser ostentosa y grave, mientras que la real es perdonable y pasajera. Por eso en Colombia parece ser más ominoso el no excusarse que el delito cometido y puede uno matar siempre y cuando de muy buenas maneras y ojalá llorando pida perdón. Con la misma lógica las feministas se rasgan las vestiduras cuando una insulsa aplicación habla de viejas sin importarle el enorme drama humano, de hombres y mujeres que vive Colombia, en la pobreza, en la desigualdad y cuantas historias más que ni siquiera queremos oír mencionar.

Pero ha uno de ser cuidadoso para no estereotipar a su vez. No todas las corrientes de pensamiento feminista siguen esta línea de argumentación que de la profundidad de los símbolos psicológicos infiere la profundidad de sus argumentos, lo que Gilbert Ryle llamaba un ‘error categorial’. Feministas como Mary Midgley, Susan Haack han hecho un trabajo cuidadoso que ha logrado poner el tema de la mujer en el contexto de una línea de pensamiento universal. El título del libro de Martha Nussbaum alude inequívocamente al esfuerzo por ubicar el asunto dentro de un enfoque más comprensivo que vestir un 'ismo' y salir a asustar: “Mujer y desarrollo humano”. No todos (todas) han dado ese paso; a las posiciones que acá criticamos les ha pasado lo que a las más rancios dogmatismos; han cerrado los ojos con fuerza…y taconeando y deseando estar en Kansas, ¡vaya!, aparecieron en Kansas porque si algo se ha eliminado con este ejercicio es el delicado tejido que va formando la crítica. Humanidad por encima de cualquier ”ismo” (feminismo, socialismo, catecismo) aún gritamos algunos ridículos herederos de Voltaire que no seccionamos el mundo por géneros, porque lo contrario sí que lleva al desastre de los universos diseñados por la intolerancia… y porque hombres y mujeres estamos juntos sobre este planeta, llenos de incertidumbres y casi siempre ad portas de un sentimiento universal de soledad sin tenernos más que los unos a los otros.  Y sobre todo, porque llega un momento en que la palabra del prójimo es alivio y compañía sin importar que orine parado o acuclillado.