El destino de todo texto

El destino de todo texto
Aldous Huxley "Si uno es diferente, está condenado a la soledad"

sábado, 16 de agosto de 2014

La Ley de Murphy: por poco un producto nacional


El capitán Edward A Murphy era un joven ingeniero aeroespacial que luego de la Segunda Guerra Mundial trabajó en seguridad aérea en la base Edwards en los Estados Unidos. En 1949 llevaba a cabo experimentos para medir qué tanta desaceleración soportaba un ser humano, el elemento más crítico en los accidentes y la causa principal de muerte en una colisión. Los experimentos se habían llevado a cabo con chimpancés, pero no había forma de saber en qué medida los resultados eran extrapolables a humanos. Al fin un físico de la base, el coronel John Paul Stapp se hizo voluntario para soportar la brutal desaceleración de una silla sujeta a un riel que pasaba de 320 veinte kilómetros por hora a cero en menos de un segundo. Nadie  sabía a ciencia cierta si podía sobrevivir. El experimento se realizó en contra de toda recomendación sensata. Cuarenta ‘g’s de gravedad después y mientras Stapp aún vivo pero ciego por la cantidad de sangre inyectada en sus ojos se liberaba de las correas que lo sujetaban, Murphy se dio cuenta de que todo había sido inservible y debía repetirse; las correas que sólo se podían amarrar de dos maneras habían sido sujetadas por su asistente en los ocho puntos de unión al revés y los marcadores quedaron en cero. “Si una cosa puede salir mal, saldrá mal…” fue la frase que acuñó bajo la frustración de que se hubiera arruinado semejantes condiciones irrepetibles.
 Mientras recuperaba la visión lentamente, Stapp dio declaraciones a la prensa en las que repetía con humor las palabras de Murphy, consolidando la ley de la física popular más citada de todos los tiempos que se conoce como ‘La Ley de Murphy’; no es un mito urbano, no es un invento, y sí hay un creador y de hecho una ‘Ley de Murphy’, no válida en ámbitos académicos, ni citable por parte de gente seria y adulta, pero que todos conocemos e introducimos en nuestros razonamientos.

¿Y acaso cómo fuera pertinente la Ley de Murphy para evaluar la felicidad en Colombia? Un ínfimo detalle que parece habérsele escapado a todos los investigadores, irrelevante y desconocido para los que citamos la Ley de Murphy y creemos por alguna extraña razón que las cosas tienen esta tendencia a la entropía, es que el ingeniero y capitán Edwad A. Murphy, por algún desliz del destino o alguna correa mal puesta nació en tierras que antaño eran de  Colombia, en 1918 en la zona en la que se construyera el Canal de Panamá. Por un fortuito accidente del destino y por escasos años este recio fatalista, temeroso de todas las posibilidades fallidas, un malpensado ingiero aeronáutico  -como le corresponde ser a quien se encarga de tan delicado tema-  no nació en el más despreocupado y temerario país del mundo, lleno de gente feliz en su inconsciencia de los avatares del destino que a cada paso y con cada acción parecen mirar a los mismísimos dioses a la cara para decirles «hágale papá que el golpe avisa…». 

jueves, 14 de agosto de 2014

Acá lo que necesitamos es un buen gerente

Acaban de nombrar de Ministra de Educación a Gina Parody, otra de estas mujeres emprendedoras, gerenciales y maravillosas “técnicas”…los eufemismos con los que se denomina a los políticos. Alegaba la impertinencia de la decisión con mi ex-esposa, cosa que no le recomiendo a nadie.  Ella sostenía, quizá simplemente porque yo decía lo contrario, que el acierto de Santos era total, bajo el viejo cliché de que necesitamos un buen gerente. No supe cómo manifestarle entonces mi molestia; creo que algunos nos convertimos en escritores por que se nos ocurre qué responder, pero al día siguiente.

Bien, han pasado las 24 horas para articular los elementos de mi indignación, algo que va más o menos así: considérese por un momento si la educación es “materia” que deba ser gerenciada. No todo mejora cuando se somete a un proceso de escrutinio, eficientización y números; hay cosas en donde gana, como decía el filósofo Ludwig Wittgenstein, quien llega de últimas; la educación el mejor ejemplo. Los años de “gerencia” con Maria Fernanda Campos nos dejaron la situación desastrosa de que nuestros niños bordean el analfabetismo funcional. ¿Acaso hay que recordar que en las pruebas internacionales PISA hace unos años los niños colombianos quedaron en los últimos lugares justo al lado de países como Pakistan y Afganistán? En abril de este año quedaron en el puro y simple último lugar cuando de resolver problemas de manera creativa se trataba. La educación está en una situación tan ominosa que seguramente  lo que se necesite sea un cirujano más que el gerente de la clínica; en este caso y para seguir con la analogía, alguien que sepa de educación, no alguien que la aprecie, que tenga muchos libros sobre ella en casa (como decía el director de la Aerocivil Santiago Castro cuando le preguntaban qué sabia de administración aero-nautica). Lo diré sin más, se requiere un educador: ¿o acaso en el gabinete de economía, cosa que nos preocupa de verdad, nombramos gerentes y no economistas? Los educadores son confusos personajes aletargados a quienes las teorías y la lectura han enloquecido…no les confiaríamos una chequera. Probablemente; educar en la imaginación implica no dejarse sumergir del todo en las circunstancias, no sucumbir ante lo actual. ¿Pero acaso no es mejor nombrar expertos en el tema de la cartera y confiar en que se asesorarán en materia gerencial que nombrar expertos gerentes o políticos y confiar que de alguna manera aprendan del tema de su ministerio? ¿No le extraña al lector que una misma persona como el ministro Cárdenas se pueda pasear de la cartera de Minas a la de Hacienda como si fuera un hombre del Renacimiento? Y es eso justamente lo que se requiere; frente a la lectura de resultados de la gerencia, de los informes hechos en un día, de la regla primero que el criterio, de la obediencia a los números, lo que queremos es volver a educar en la hipótesis, en el atrevimiento que implica entender, en ir despacio, en comprender. ¿Cómo educará un gerente bajo el supuesto de que sus clientes, en este caso los estudiantes, siempre tienen la razón? ¡Cinco aclamado para todos y sigan pagando la matrícula con nosotros! La educación debe ser sostenible, pero eso no quiere decir que ha de manejarse como un negocio. Lo último que queremos es otro gerente; y no se diga lo que los políticos han hecho con los textos y la enseñanza.
¿Qué pasará con la gerencia en educación? Que seguramente vengan más intentos de hacer consorcios público-privados en un país en donde el sector industrial y gerencial no se nutre de la investigación hecha en Colombia; vendrán más recomendaciones de educaciones técnicas, rápidas, certeras cuando a todas luces hace falta volver a considerar el criterio y su hermano el concepto como ejes angulares del aprendizaje. ¿Muy etéreo? He educado por más de 20 años y sé que no se logra enseñar a leer, demos por caso, cuando no se cuenta con estas herramientas que para algunos son desastrosamente holísticas… en la misma medida en que no se las comprende, paradójicamente por la misma pobreza en capacidad lectora, más se las rechaza. La ignorancia, y valga este cliché, es un círculo. En el pasado ministerio los estudios indicaban que en Colombia se requería más formación en carreras ´técnicas’, intermedias, rápidas; hacer en seis semestres lo que toma diez…un asunto, de nuevo, de pericia gerencial: ¿quién mejor que la directora del Sena para ello? ¿Y para qué tomar más tiempo si podemos negociar? La educación al fin y al cabo qué es sino ese proceso nebuloso en que unos aprenden primero, otros después y muchos nunca…¡negociemos! Pero no todo es tan sencillo; un viejo chiste de mi padre quien ejerció la medicina, contaba de un tipo que llegaba al médico para recibir la noticia de que tenía cáncer y era terminal. El personaje le decía al médico bajo los buenos preceptos de la negociación que él aceptaría el veredicto de cáncer a cambio de que el médico no insistiera en que la cosa era terminal. Lo siento, los chistes de los médicos son muy malos, pero este tiene un aire de presagio porque Colombia es el país del ‘hagámonos pacito’…incluso en aquello en que negociar deja a todos en peor situación, como en educación: tú me apruebas la materia, yo me encargo de la matrícula.

El problema de la educación en Colombia ha de medirse también de cara a la sociedad. Siempre me ha impresionado la relación que algunos pueblos tienen con su educación, como los ingleses por ejemplo. Alguien puede haber estudiado el más eclécticos de los pregrados; egiptología –conocí a un hombre que estudio ‘navegación fluvial en el Nilo en época de los Faraones’-, filosofía, o finanzas e igual si así lo desea trabajar en un banco. Confían en que su educación, provenga temáticamente desde donde provenga, les dará criterios básicos; llenarse de información es tarea más bien fácil que no implica más que una práctica juiciosa y suele llegar de manera casi inevitable. En Colombia no confiamos en los criterios inculcados por la sencilla razón de que son el gran ausente en nuestra educación y repelemos a quienes los tienen o saben usar: estudiar una carrera no convencional es una condena laboral de por vida. Poco recuerdan los reclutadores o head hunter criollos que una persona con criterios se desempeñará en lo que sea…y que la plata obra su propio milagro de limar los idealismos sociales e igualitaristas que le causan urticaria al gran sistema corporativo. ¿Acaso no terminaron todos los hippies, los que no viven aún con sus padres, trabajando para alguna petrolera? No debieron entregar su sueño de cambiar el mundo; sólo acomodarlo a la idea de que se puede hacer vendiendo hidro-carburos. En la hermana República de Ecuador, un territorio que vemos como una extensión del subdesarrollado Nariño, por orden del Presidente, el maestro de la más insignificante escuela ganará al menos tres mil dólares americanos. Me disculpo por quienes ven en Correa un charlatán sublimado; pero no me cabe duda de que no se puede pensar en una mejor medida para volver a traer talento a la escuela. El químico alemán del siglo XVII Georg Christoph Lichtenberg en sus conocidos aforismos solía decir que en su patria importaba más la educación de los caballos que la de los niños: ¿acaso no ganaba más un montador que un maestro? Me retractaré con mi ex-esposa el día que nuestra nueva ministra de educación tome una medida semejante, pero lo dudo mucho; pagar bien a los que saben de aquello que uno gerencia, a los que hacen el trabajo más importante y de base poco se ajusta a los criterios  más eficientes y técnicos. Y mucho menos a la política.